LOS BLACAMANES

Este artículo fue publicado el 14 de diciembre de 2014 en la Revista Latitud del Heraldo.

https://revistas.elheraldo.co/latitud/los-blacamanes-132798

Todos tenemos dentro de nosotros un Blacamán, la cuestión es no dejarlo libre por mucho tiempo. Gabriel García Márquez es uno de mis escritores más preciados; no por tratarse de un compatriota colombiano, sino porque describe con maestría cada una de las situaciones macondianas de la realidad colombiana. No pudo escaparse de su peculiar y magna escritura representar a los bien llamados por él Blacamanes en su cuento “Blacamán el bueno vendedor de milagros”.

En este escrito me centraré en lo que él denomina “Blacamán el malo”, el culebrero, quien vestido de una manera peculiar, parecido a “una mula de monosabio, con sus tirantes pespunteados con filamentos de oro, sus sortijas con pedrerías de colores en todos los dedos y su trenza de cascabeles”, se hace morder por una mapaná de las peores, a la que mañosamente le ha extraído el veneno, para demostrar los efectos de un contraveneno de su invención, “el único indeleble, señores y señores, contra las picaduras de serpientes, tarántulas y escolopendras, y toda clase de mamíferos ponzoñosos”. Al ser mordido por la mapaná, empieza un espectáculo que, incluso hace salir a personas de la misa del Domingo de Ramos, pues nadie quería perderse del “emponzoñado”, camino hacia la muerte. Ya cuando todos lo daban por muerto, se levantó aturdido por el mal rato pasado, para luego gritar que el contraveneno era la mano de Dios en un frasquito, y que no lo había inventado como negocio sino por el bien de la humanidad, “a ver quién dijo uno, señores y señores, no más que por favor no se amontonen que para todos hay”.

Esta es solo la primera parte del magnífico cuento del ganador del Nobel, quien en aproximadamente nueve páginas nos relata la historia de Blacamán, el malo, el embaucador y falsificador. Sin lugar a dudas, un verdadero profesional del arte del engaño; quien le dice a su pupilo Blacamán, el bueno, al este manifestarle su deseo de blacamanearse, que para eso le faltaba poco, pues ya tenía lo más difícil de aprender, que era su cara de bobo.

Si se buscan ejemplo de Blacamanes, lo primero que se nos viene a la mente de manera indefectible son los políticos. Personas que en muchos de los casos dicen ser representantes de los intereses del pueblo, en especial de los más necesitados, cuando claramente con sus actos demuestran solo ser defensores de los intereses de unos pocos. Los ejemplos sobran, y quizás nunca terminaremos. Tenemos actualmente en Colombia políticos investigados, juzgados y condenados, señalados de todo tipo de actuaciones claramente en contravía del bien común.

Afiches del espectáculo del Faquir indio Blacamán, de 1939.

Pero, atención, los políticos son quizás los Blacamanes más conocidos y reconocidos, pero no los únicos y mucho menos los más peligrosos. Estos especímenes son, como lo refleja nuestro escritor, de una astucia sin igual, verdaderos artistas del engaño y de la estrategia; siendo los mejores aquellos que tienen cara de bobo —tan difícil de conseguir—, ya sea porque nacieron con ella o porque lo logran a través de su gran don: el engaño.

Los hay de todo tipo. De aquellos que utilizan palabras rimbombantes y desconocidas para causar admiración en un grupo de personas que los siguen como si de un líder se tratara. Los hay de aquellos que, si bien dominan medianamente un tema, exageran en su saber engañando a personas poco investigativas, que se dejan sorprender con cualquier cosa. Los hay de aquellos que dicen saber muchas lenguas y las hablan delante de desconocidos que escasamente hablan su idioma natal. Los hay de aquellos que al estar en un cargo importante cambian su dialecto, sus palabras y sus vestimentas, como si el saber y la labor que desempeñan dependieran de ello. Los hay de aquellos que gritan con euforia ser creyentes de Dios, pero que con sus hechos demuestran ser enemigos de las buenas acciones. Los hay de aquellos que imparten justicia cuando lo que realmente hacen es repartir injusticias. Los hay de aquellos que leen menos de lo que dicen, hablan más de lo que hacen, ganan menos de lo que presumen. Los hay de aquellos que repiten lo que escuchan, sin comprenderlo.

Los hay de todo tipo: peligrosos, inofensivos, chistosos, payasos.

Sí, señores, Gabriel García Márquez no se equivocó al describir a este pintoresco personaje que se encuentra no solo en Santa María del Darién, vendiendo milagros que no existen, engañando a cuanta persona pasa por su camino, incluso sin importar el riesgo que tienen sus propios actos; refugiándose en los vientos eternos de la bella Guajira. En todas las esferas sociales abundan los Blacamanes: políticos, profesores, gerentes, jueces, pastores, curas, padres, madres, amigos, católicos, cristianos, cristinos y hasta amantes del fútbol.

Pero ustedes, Blacamanes, no tienen de qué preocuparse, no están solos en este mundo, porque Blacamanes abundan, sobre todo en nuestra amada Patria, tierra por excelencia de Blacamanes, y, por lo tanto, como enseña un gran libro de vida: “rata busca rata”. Eso sí, que todos estaremos de acuerdo en que confiar en las ratas es peligroso, incluso para otra rata.

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